CUENTOS BREVES



    "Las luces se filtraban entre los pesados y polvorientos cortinados. El piso, se veía con las marcas dejadas por anteriores épocas ostentosas. Brillante y colorido, simulaba ser de roble de Eslavonia bajo los haces luminosos que se empeñaban por colarse entre las sombras.  Me quedé sentada en el pasillo un largo tiempo, evitando tener que hablar con el resto de los invitados.

    Era una de esas fiestas familiares, llena de vanidades, donde cada invitado buscaba sobresalir por encima del resto, mientras que un grupo reducido nos dedicábamos a dilucidar las verdades ocultas en esos roles inventados. Seguramente, cuando las luces se apagaran y la última copa se lavara, cada cual retomaría su vida en la opacidad inconclusa de la nada. Seres invisibles que no daban nada de sí mismos, salvo la máscara evanescente del vacío.

    Desde mi espacio, escuche entonces a Angélica, la hermana de mi madre, que se reía a carcajadas echando su torso hacia atrás, dejando a la vista el cobrizo color del verano sobre sus hombros desnudos.  

  Ya sabes, ¿verdad?    Le dijo a Manuel. Él era un ingeniero, estructurado hasta el cansancio. Me sorprendió su mirada ansiosa y chispeante mientras deslizaba su mano como al pasar sobre el vestido azul de ella. Él asintió con la cabeza.

  Búscame en la galería en un rato,   le dijo. Mientras su rostro pareció encenderse.

    El mozo tomó las copas y las puso sobre la bandeja cuando pasó apurado delante de Angélica y Manuel.   Ella se alejó y al caminar hacia el jardín su figura delataba las horas de ejercicio que tanto le agradaba realizar.

  Ahí estabas Agnes. Te estábamos buscando,  dijo Germán, uno de mis primos y pronto a recibirse en la escuela militar.

  Vamos, que sin ti la foto no estará completa.  

Me tomó de la mano para llevarme hacia el tumulto de lazos y misterios de mis primas y hermanas.

    El tío Fermín, esposo de Angélica, nos apretó entre sus brazos mientras los rostros se preparaban a volverse cerámicas de momentos memorables.  Se necesitaron más de diez tomas con cambios y poses para que todos se sintieran voluptuosos y rematar en el chin chin de interminables brindis.

    Manuel ya no estaba a la vista, mucho menos Angélica.

Conversamos, comimos, bebimos y dijimos muchas palabras que se las debe haber adueñado el tiempo.

    La noche, terminó sin penas no gloria para mí. Luego de la despedida, fui al estacionamiento, hacía frío, maldije la ropa tan fresca que había elegido. Encendí el auto con la intención de cobijarme con la calefacción. Cuando iba a dar marcha atrás, vi una tenue sombra y me detuve. Sentí un golpe sobre el baúl, abrí la puerta y encontré un joven con una sonrisa pícara.

  ¡Mujer, debes fijarte antes de poner reversa!    Exclamó, poniendo cara de enojo.

  ¿No te estarás yendo sin dejarme tu contacto?   me dijo. Me desencajó totalmente. Su humanidad desde mi asiento no me dejaba verlo con claridad, ya que la luz pegaba mal sobre su espalda.

   ¡Disculpas!,¿te he golpeado?    Alcancé a balbucear, algo shockeada.

   No, para nada. Corrí detrás tuyo para presentarme, al verte partir, pero te perdí a la salida. Luego agregó: - Es que te he observado toda la noche, y no me gustaría que te esfumaras sin decirte unas palabras.—

Sacó una tarjeta, la puso en mis frías manos y me dijo:   Espero tu llamado, me han comentado mucho de tu trabajo y quisiera saber más.   Cerró la puerta e hizo un ademán de saludo al estilo del viejo oeste.

    Con el susto a flor del pecho completé la maniobra y comencé mi camino de regreso. El habitáculo había alcanzado una temperatura ideal. Encendí el audio del vehículo y se me hizo muy corto llegar a casa.

   Estacioné como siempre en el garaje de enfrente. El portero nocturno, abrió la puerta y me saludó. Respondí el saludo. Llave en mano, abrí la puerta del departamento, encendí las luces. Fui dejando cartera, chalina y llaves hasta el dormitorio, una vez allí me desabroché el vestido y pase al baño. Una ducha caliente estaba necesitando.

  De pronto tomé conciencia y medité largamente sobre ¿Quién era ese hombre? El cansancio me venció y dejé caer mi cuerpo sobre las sábanas, el cobertor de plumas fue mi mejor compañero para alcanzar la dicha del sueño profundo."

 

L.F. Del Signore

(Este cuento propio, fue unos de los primeros capítulos, que dio vida a la novela publicada por Editorial Dunken:  "Si tus sueños fueran míos...

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