CUENTO CORTO : ADRENALINA


No importa cuántas vueltas le demos a la vida, el destino siempre nos encuentra.

Ema dormía. Se había acostado tarde. El ritmo de la ciudad la enloquecía al anochecer. Su departamento estaba en una zona céntrica, comercial y con muchos restoranes que permanecían abiertos hasta la madrugada. Cuando el tráfico intenso desaparecía y los comensales se habían ido, entonces comenzaba el trasiego de los desperdicios y la limpieza. Las persianas que bajaban y los adioses cansados del personal. Así hasta el amanecer. Pero esta habitación era su primera casa, la que podía pagar con su magro sueldo. Sentía que estaba progresando, que lo estaba logrando.


Cierto día Ema se habría dormido cerca de las cuatro de la mañana y ya eran las once cuando despertó. Se vistió y salió apurada hacia su trabajo. A las doce empezaba su turno en el laboratorio. Era la asistente de la bioquímica y se ocupaba de lavar y esterilizar los tubos, las bandejas, las mesadas, el instrumental y las tazas del café. De la limpieza general se ocupaba Ana, que era bastante menor que ella y aún no aprendía bien los procedimientos de limpieza más sofisticados, como la “esterilización”.

Ambas muchachas estaban en un programa de pasantías para jóvenes sin hogar. Ema había entendido rápido los protocolos de limpieza. Ana, en cambio, era más insegura. Se había salvado de un padre asesino de su madre, golpeador y que estaba preso todavíaUna asistente socialayudó a Ana al egresar del orfanato a integrar el programa de recuperación social. Entonces casi todo cambió para ella. Por primera vez, tuvo una vida organizada. A los 20 años comenzó a trabajar y a recuperar la confianza en sí misma.


Cuando Ema llegó al laboratorio, estaba cerrado. Sentada en los escalones, esperaba Ana recostada al sol. Dormitando. Hola, no hay nadie todavía, advirtió Ana. Es raro, dijo. Ema esperó unos minutos y se sentó junto a Ana.

Los minutos pasaban y nadie llegaba al edificio. Entonces, la puerta se abrió desde adentro y alguien salió corriendo, escapando dejó la puerta entreabierta. Ana y Ema se miraron sin comprender. Se pusieron de pie y con timidez Ana se asomó al interior. No veía a nadie. 

—¡Hola!,llamó. Ema, entra vos por favor…— dijo Ana. 

A Ema no le gustaba que le dijeran qué hacer, mucho menos en una circunstancia como aquélla.

—Nos vamos, —dijo Emma. 

—No, —protestó Ana. 

—Tenemos que entrar o llamar a la policía. Llamemos a la policía… o a la doctora… ¡Doctora!, —llamó Ana, y se asomó al interior en contra de sus temoresAna entró al pasillo y caminó despacio hasta el laboratorio. Ema ya no la veía al final del pasillo y estaba muy desconcertada. Entonces escuchó un estallido. Y otro. Ema se escondió y vio cómo otro muchacho escapaba frente a sus ojos. Se le heló la sangre. En su cabeza resonaban los latidos de su propio corazón. Esperó un momento eterno hasta que tuvo el valor de asomarse y susurrar

— ¿Ana? ¡Ana! ¿Estás ahí?

Entró un poco más, llegó al laboratorio y entonces vio a Ana, herida e inconsciente en el suelo.


Ema huyó. Nadie la vio. O eso creía ella. Regresó como un zombi al ritmo de su barrio, se mezcló entre la gente. El tráfico ya era intenso. El muchacho que escapó del laboratorio después de los disparos era el hermano mayor de EmaElla lo reconoció. Hacía pocos días le habían dado libertad condicional. Había estado condenado por robo a mano armada. Esta vez, no saldría tan rápido. Había asesinado a Ana.


La policía fue a buscarla al anochecer. La detuvieron por averiguación de antecedentes y posible informante de su hermano. Permaneció en la comisaría hasta que no pudieron retenerla más. Un vecino la vio correr. A ella y a dos muchachos. Ellos habían asaltado el laboratorio. Había sido un un robo sencillo hasta que encontraron el baño con una llave que funcionara para encerrar a los testigos. Cuando Ana ingresó, sorprendió al asaltante demorado en la tarea.


Los círculos de violencia son difíciles de romper, y la adrenalina que disparan las situaciones de peligro es una adicción que el cerebro condicionado siempre encuentra el modo de satisfacer. Aunque esto lo lleve a su propia destrucción.


Por Laura Feijoó 

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